Textos de acceso libre
En tiempos de Virtualidad. Observaciones y Reflexiones desde la Clínica.
Dra. Teresita Ana Milán.
San Luis, Argentina, 4 de mayo de 2020.
Texto editado para esta publicación. Original: Teresita Ana Milán: “En tiempos de Virtualidad. Observaciones y Reflexiones desde la Clínica”, publicado en Practicando psicoanálisis y psicoterapia durante el tiempo de crisis. COVID 19, IPA, 7 de abril de 2020, disponible en https://www.ipa.world/IPA/en/News/corona_papers.aspx, verificado el 10 de mayo de 2020.
A partir de un presente insólito marcado por la Pandemia reflexiono, desde la noción de la temporalidad hacia el abrupto cambio del escenario universal que imprime en el contexto histórico sociocultural de la actualidad una nueva época aún sin nombre.
Hasta hace unos pocos días atrás, bajo el imperativo de hacerlo todo más rápido, se vivía rindiendo culto a la velocidad para el logro de tiránicos objetivos que, en muchos casos, imposibilitan la experiencia de vivir la duración de las experiencias y, por ende, ignoran la noción de la lentitud. La vivencia de un tiempo de vida que se reduce, que se ‘acorta’, lleva a la urgencia, la instantaneidad, la necesidad de quererlo todo ya, sin pausas. La persecución de estándares de éxito se transforma en una huida hacia adelante, un escape que hace perder el sentido del trayecto. Hoy pareciera que esa carrera debió detenerse. La obligatoriedad de la cuarentena alteró el recorrido, frenó la aceleración, detuvo el paso, limitó el movimiento de los cuerpos e impidió la circulación.
Se alteran los ritmos temporales, cambian los horarios del sueño y de la alimentación. Se experimenta una vivencia de tiempo que no pasa y un extraño sentimiento acerca de la duración y la lentitud de las horas del día.
Paradojalmente, también surge la sorpresa de que se llegó al final del día sin haber realizado algo útil, acarreando un molesto sentimiento de frustración porque no se hizo lo que se había propuesto. Algunos pacientes planean tareas complejas o demasiado laboriosas y se agotan al sentir que no logran realizarlas tal como deberían habérselas cumplido.
En la comunicación sobre el tema se utiliza una terminología técnica de carácter médico (virus, anticuerpos, curvas, contagio, síntomas, comorbilidad y otras) que no todos pueden comprender cabalmente pero que sostiene la creencia de estar al mismo tiempo ‘en el mismo barco’, hablando el mismo idioma. En este contexto sociocultural amenazado abundan los chistes que circulan por las redes. El buen humor despierta una automática empatía, una emoción capaz de modificar, por un instante, la visión trágica y el efecto catastrófico de la pandemia, siendo la consecuencia de lo cómico la descarga de la tensión producida por el miedo. El chiste oportuno permite cambiar el clima del ambiente y disminuir los efectos penosos frente a situaciones reales de peligro. Aparece con más intensidad la figura de la infoxicación: no se puede detener ni filtrar el flujo de información recibida, se la traga pasivamente, se inhibe el pensamiento y no se puede mantener una dieta saludable de incorporación de noticias.
Sobre el Encuadre.
El reacomodamiento y la flexibilidad en la conducción del tratamiento se imponen a la hora de la adecuación en los modos de proceder en el espacio clínico.
La situación de obligatoriedad del aislamiento social obstaculiza el sentido de la singularidad, permanencia y continuidad del encuadre analítico. El paciente necesita confirmar que sigue contenido en un vínculo previsible con el analista y que ocupa un espacio psíquico en su mente.
El efecto inmediato que hemos constatado se produce de manera directa sobre el encuadre y las alternativas que se ofrecen a fin de evitar las interrupciones de los tratamientos. Las variantes de video llamadas o las conversaciones telefónicas tradicionales se ofrecen en reemplazo de las sesiones presenciales. No obstante, no todos los pacientes aceptan este cambio ni las modalidades que sustituyen el encuentro personal. Con el paso de los días, algunos pacientes no pueden manejar la continuidad del tratamiento a través de las sesiones virtuales aunque no lo puedan reconocer ni lo digan directamente. Por ello es bueno favorecer que, conjuntamente, se vaya ‘evaluando’ la marcha de lo que acontece.
El cambio en el eje temporal requiere que se hable con precisión sobre los horarios que se utilizarán, sobre la duración de cada sesión, aún cuando no se pueda decidir el término de esta situación. En los casos en que no se haya utilizado este tipo de modalidad se sugiere describir con detalle, por escrito, cómo se actuará. Así mismo, enviar recordatorios de los horarios. Al comienzo de la sesión es importante recordarles el número de la sesión que se llevará a cabo y, al finalizar, el horario de la próxima sesión.
A fin de que se transmita que estamos haciéndolo en conjunto, aún a la distancia, es útil dirigirse a los pacientes en plural. En el transcurso de la sesión es bueno recordar que de común acuerdo hemos variado el encuadre, que se trata de una modificación generada por las situaciones de público conocimiento.
El paciente puede sentir que el terapeuta impone la modalidad virtual y lo obliga a aceptarla para mantener su ingreso económico. Se movilizan ansiedades por la espera de la sesión y por las dudas e incertidumbre de cómo ocurrirá ese reencuentro a la distancia. La respuesta del analista puede aclararle al paciente que entiende el modo en que él se está manifestando y, a su vez, se le da una oportunidad de reconocerse.
Surge la creencia de una desproporción entre la magnitud de la Pandemia y la situación personal de cada uno. En ese contexto, se piensa que mantener el ritmo de las sesiones pierde sentido por ser considerado un acto de egoísmo y de beneficio individual.
Se juega el binarismo Singular/Plural, Individual/Colectivo. Recordemos que Freud ya en 1921 planteó que la Psicología Individual es, al mismo tiempo y desde el principio, Psicología Social, no porque esta última fuera a reemplazar a la primera sino porque no podemos comprender las manifestaciones que se producen en la subjetividad sin dar cuenta del contexto sociocultural e histórico al que el sujeto pertenece.[1]
El obstáculo estriba en no poder reconocer que el Uno está en el Todo. Que el beneficio a nivel individual se puede extender hacia el nivel general y hacia los otros, y con los otros, desde el momento que en una sesión se habla del impacto que se produce en cada uno y en el efecto sobre los vínculos. Restablecer el encuadre de trabajo y reanudar, a través de los medios tecnológicos, el contacto interrumpido por el confinamiento asegura las funciones de unión y desunión con el analista y ajusta la situación analítica a la realidad subjetiva de cada uno.
Un terapeuta comprometido por su presencia aún en la ausencia provee un ‘ambiente de sostén’ ante la reproducción de estados de desamparo, de omnipotencia e incertidumbre. También ofrece un continente receptor del contenido que el paciente pueda otorgar, al mismo tiempo que se proporciona una nueva experiencia, con la advertencia de rescatarse de los intentos de robotización.
Estar en Cuarentena.
La imposición de un aislamiento social preventivo y obligatorio establecido por un decreto gubernamental se asocia a acuartelamiento o prisión y despierta ideas contradictorias entre los extremos del encierro y la libertad.
Se categorizan los días según hayan sucedido antes o vayan a suceder después de la cuarentena, lo que le da a esta un carácter de hito temporal para todos. La cuarentena surge como un nuevo límite para la vida social y para la vida familiar. Esta nueva categoría de la cuarentena homogeniza la noción del tiempo global: ‘todos estamos en la misma’. El mundo está en cuarentena.
A medida que avanza el aislamiento se experimenta algo extraño: el silencio. Cesa el trajín, el ruido, los apuros por llegar, aparecen sorpresivamente sonidos nuevos o antiguamente identificados: para unos el canto de los pájaros, las voces de los vecinos tras las paredes medianeras o los diálogos entre varios de la familia durante horas no habituales y de mayor duración.
Otra cara de la cuarentena radica en la conducta de observación y vigilancia social. Se da en un período de tiempo donde surge la sospecha del vecino contagiado, de someterse a la incomunicación para evitar infecciones. Estar en cuarentena es vivir siendo observados y de estar observándose hasta asegurarse de que el riesgo del contagio cesó. Se recrudece la noción del control social y se establecen categorías de personas que se etiquetan: los muy ancianos, los mayores de…, los inmunodeprimidos, los con patologías anexas, entre otros, en relación a las variables epidemiológicas predeterminadas. Pero también se distinguen los viajeros fuera del país, los que viajaron al exterior antes y después del Decreto, el país de procedencia de los viajes, entre otras.
Reaparece el tipo social del Infectado que recuerda a los antiguos leprosos caminando por las calles desiertas de las ciudades malditas, vistiendo ropas blancas y agitando una campana para avisar que se desplazaban. La ciudad, el barrio, se pueden llegar a transformar en un panóptico desde el cual se distingue al que salió de la casa para realizar su trabajo en un hospital o, simplemente, el que obedece al horario de sacar la basura.
Las sesiones son una caja de resonancia de los efectos sobre la economía, el empleo/desempleo, la pérdida del trabajo y la parálisis laboral. La idea de la pérdida y su incremento día a día se suma en proporción a la duración de las medidas de la cuarentena. Todos estamos afectados por igual con las variantes de cada caso y situación, aspecto que debe reconocerse en cada sesión para después poder despejar cuánto y de qué manera esta situación afecta al analizado.
En el afuera se capta una visión militar/bélica de la cuarentena:
- Ataque / Defensa.
- Vamos a ganar la batalla.
- Tenemos que armarnos.
- Táctica y estrategias.
- Luchemos todos juntos.
- Fantasías de Heroísmo.
- Obtención del Pase, permiso, para circular.
- Control de la circulación de personas y de vehículos.
La perspectiva bélica corre pareja a una visión apocalíptica:
- La naturaleza se está rebelando contra la cultura.
- El Ecosistema enfermo.
- El fin de la civilización tal como la conocemos.
- Es un castigo.
- Estaba en las premoniciones de….
- Llegó la catástrofe.
- Nacerá un nuevo mundo.
- Demonizar.
- Caída desde la Cima del Éxito.
No todos plantean una visión geopolítica:
- Intentos de dominación entre países líderes/poderosos.
- Intervención de las Fuerzas de Seguridad (policía, ejército).
- Guerra Biológica.
- Laboratorios Secretos.
- La pandemia al servicio de ambiciones electoralistas.
La Emocionalidad.
La problemática del afuera invade la dimensión mental. La mente queda capturada por los cambios suscitados en la actualidad como también por el desconcierto acerca de la visión de futuro; se producen estados de enclaustramiento mental con el efecto de aislamiento respecto de los otros aún cuando se comparte un mismo espacio.
Lo propio se ve desplazado por la urgencia de lo general. Se produce un efecto cascada a partir de la percepción del estado de los proyectos que quedan inconclusos o directamente de los que han sido abruptamente suspendidos. Afloran la ocurrencia de los deseos y las vivencias de satisfacción/insatisfacción de necesidades postergadas, junto al temor por la imposibilidad de realización de metas en un futuro cercano.
Lo que se deja pendiente se transforma en culpa y auto reproches por:
- Lo que no hice (pasado).
- Lo que no puedo hacer (presente).
- Lo que dudo, si podré llegar a hacer (futuro).
Lo que no se hizo se vive como desprotección al sentir que se queda desprovisto de recursos y herramientas que hubieran sido necesarias para enfrentar la actualidad. Se duda de tener la certeza de cómo se está hoy (en referencia a estudios médicos, a relaciones con familiares lejanos, al estado del patrimonio). En los sueños reaparecen fantasías de no saber cómo proseguir una actividad conocida, junto a la desconfianza hacia los que supuestamente lo saben. Se impone la necesidad de ‘ver para creer’ como única manera de convencimiento acerca de la ocurrencia de los hechos. Respecto del futuro, surgen temores y dudas acerca de lo que se podrá hacer más adelante lo que alimenta la idea de no poder pensarse e imaginarse en el futuro o si se llegará a ver la recuperación de los daños provocados por la pandemia. Cuesta generar proyectos en un proceso nuevo de adaptación a los cambios.
La vida en aislamiento provoca vivencias de embotamiento y agobio por el encierro. Aunque se sabe que se está aislado pero no desconectado, la imposibilidad de desenvolverse en el espacio exterior abruma. Algunos pacientes cuya actividad laboral se ha interrumpido reconocen pensarse bajo la amenaza de pérdida del status quo conseguido. Otros pacientes -insertos en el campo de la salud- hablan de un posible derrumbe emocional ante la posibilidad de contaminación, contagio y transmisión a sus seres queridos, bajo la pregunta recurrente de: ‘¿a quién de nosotros nos tocará?’
La vida Familiar.
Durante el confinamiento, para cada uno se abre una oportunidad de saber más acerca de quién es quién frente a situaciones de riesgo. Para algunos, el encierro moviliza el riesgo de la violencia doméstica que se expresa como enojos y quejas bajo la fantasía de falta de gratificación por parte de los otros que no proveen, no sostienen.
El intramuros pone de relieve el estado de los vínculos intrafamiliares e interfamiliares manifestándose en comparaciones de hábitos y de costumbres entre las familias de origen en el saber cómo hacer y actuar frente a situaciones nuevas y difíciles. Compartir un mismo espacio e interactuar con los mismos objetos que se disponen para todos, provoca malestar, intensificación de ansiedades claustrofóbicas por el encierro y la restricción a circular. La dificultad de ir resolviendo en tiempo real las necesidades que van surgiendo y el hecho de no poder dar continuidad a las actividades habituales incrementa la vivencia de desorganización y pérdida de control sobre la administración de la vida cotidiana.
La duda de hacer o no hacer, relacionado con el límite temporal de la cuarentena y el temor de postergar hacia un tiempo futuro incierto, marca y distingue en los integrantes de la familia a los que pueden adaptarse y esperar de los que, ganados por la desesperanza, pierden el sentido del hacer y desvalorizan cualquier intento que no sea el de aportar soluciones inmediatas y sin conflicto.
No todos tienen la misma percepción de lo que va sucediendo dentro del espacio del hogar, tampoco respecto a lo que acontece en el espacio externo. Se movilizan fantasías de ser iguales frente al miedo y las restricciones, eludiendo que los demás son seres pensantes e independientes. Aparecen frustraciones porque los otros no satisfacen lo necesitado o lo deseado. Las vivencias de simbiotización e ideas distorsionadas sobre los otros, chocan ante la realidad de las diferencias entre los miembros del grupo.
Los niños y los ancianos recurren al llanto para transmitir su angustia ante la situación, con la diferencia que para los primeros lo temido es lo desconocido mientras que los otros tienen referencias de experiencias pasadas. Por otro lado, los adolescentes y los jóvenes expresan dificultades para sostener hasta el final el período del aislamiento, cayendo en rebeldías y transgresiones a las normas.
Cuando la pandemia sea pasado -y podamos contar con el necesario añejamiento de los hechos ocurridos- se evocarán los recuerdos y nacerán nuevos pensamientos para simbolizar la cruda experiencia de vivir amenazados.
Referencia
- Sigmund Freud: “Psicología de las Masas y análisis del yo”, (1921), Obras Completas, Volumen XVIII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986, p. 67.
Acerca de la autora:
Teresita Ana Milán
Doctora en Psicología.
Ex docente de Psicopatología Psicoanalítica en la Carrera de Psicología, Universidad Nacional de San Luis.
Docente de la Especialización en Psicología Clínica, en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba.
Psicoanalista del Grupo de Estudio Psicoanalítico San Luis (IPA).
teresitaanamilan@gmail.com
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