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Textos de acceso libre
Fragilidades.
Dra. Sonia Kleiman

Buenos Aires 30 de marzo de 2020.

Texto editado para esta publicación. Original: Sonia Kleiman: “Fragilidades”, en Entramados vinculares y subjetividad. Niños/as/ adolescentes y familias en psicoanálisis, Adrián Grassi y María Eugenia (compiladores), Editorial Entre Ideas, Buenos Aires, 2019.

Se suele pensar la fragilidad como aquello que habría que descartar, o bien que estimula a crear modos de proteger a quien la padece, a tratar de que lo que detectado como frágil se fortalezca. La lógica del pensamiento identitario organiza la subjetividad a partir de una imagen estable de sí misma. La fragilidad de esta manera, es pensada como un colapso de la consistencia. Los discursos de la educación y de la salud, incluida la salud mental, promueven hacer desaparecer la fragilidad.

Por otra parte, la descripción de la vida postmoderna se refiere a la fragilidad de las relaciones, que se refleja en la conformación de la "espuma", otra metáfora de la existencia actual, pensada como contraposición a la supuesta solidez caída, desmembrada, dispersa, de otros tiempos. Quizás el problema más complejo es cómo resistir el pensamiento binario fragilidad-fortaleza, sólido-líquido.

Las ideas de vulnerabilidad y desamparo han llevado, cuando se las usa abusivamente, a las más hipertrofiantes acciones de supuesta prevención y protección. Es decir: se toman en muchas ocasiones medidas que tienden a ser vistas como protectoras, pero que producen mucho más daño que lo vivido y categorizado como maltrato o negligencia.

En la época actual la fragilidad es desprestigiada y paradójicamente producida. Se la recusa y se la requiere. Por un lado, se enuncia que es necesario defenestrar a la fragilidad, como sinónimo de debilidad y precariedad: cualidades contrarias al ideal de lo que induce la lógica de mercado (sostenido especialmente en lo mediático, pero también en las teorías psicológicas clásicas), es decir, lo sólido y fuerte. Así lo enuncian la meritocracia y también la psicopatología. Pero, por el otro, esa misma lógica requiere de personas anestesiadas por el consumo, influenciables, sometidas, seducidas por todo lo que tendría que tener para ser como las imágenes muestran.

Desde la lógica identitaria, centro absoluto del modernismo, la fragilidad amenaza a esa supuesta fortaleza yoica tan idealizada y destituida simultáneamente. Este es el gran obstáculo que enfrentamos para poder seguir pensando la presión constante de los términos oposicionales evadiendo la multiplicidad.

Lo interesante es que, al decir de Suely Rolnik (2006)[1], la subjetividad que vive fragilizada, es a quien se dirige “la promesa religiosa del capital” (el paraíso del consumo en la tierra). Esa persona que está en crisis, que nada de lo que hace funciona como esperaba, que sufre “un asedio que no es sexual sino de imagen”, resulta muy vulnerable al mensaje publicitario. “Los mundos que el capital nos ofrece a través de la publicidad prometen una solución inmediata que consiste en re-mapearme para salir del agujero."

El mensaje paradójico sobre la fragilidad, necesita de la vulnerabilidad del espectador-consumidor, figura predominante en nuestro tiempo, para vender la imagen de aquello que lo transformaría en súper-fuerte, atlético/a, feliz, repleto/a. Se promete que conseguir esta imagen es lo que salvará a la humanidad de una abominable supuesta fragilidad y que además con ello se logrará la felicidad: la promesa del paraíso en la Tierra.

Estas ideas nos permiten preguntarnos si podemos seguir pensando la fragilidad emocional solamente desde la psicopatología. ¿Podemos seguir pensando los discursos socio culturales, como el contexto, aquello que rodea lo supuestamente intra-psíquico? Desde que en 1929, en El malestar de la cultura, Freud parafraseó "de este mundo no podemos caernos",[2] pasaron no solo muchos años, sino muchas guerras, la destitución del Estado y el desfondamiento institucional, la globalización, la avasalladora lógica de mercado y hoy palpamos el hecho de que no solo no hay un mundo, sino que hay muchas personas caídas, refugiadas, desocupadas, desaparecidas, des-existentes.

Guattari enuncia la idea de pensar la producción subjetiva en términos de políticas de subjetivación, desde las cuales esta producción es multidimensional. Estamos atravesados, construidos desde la multidimensionalidad que traman las políticas, los vínculos, los cuerpos y las intensidades deseantes. Según Guattari, es necesario reflexionar sobre cómo el capitalismo mundial colonizó el conjunto del planeta y cómo esto hace a las condiciones de existencia contemporáneas: "la existencia que se instaura con el capitalismo implica que los mundos a que está expuesta la subjetividad (...) varíen a una velocidad cada vez más vertiginosa; la subjetividad, de este modo, resulta continuamente afectada por un torbellino de fuerzas de toda especie. (…) El capital es mucho más que una simple categoría económica relativa a la circulación de bienes y la acumulación. Es una categoría semiótica que concierne al conjunto de los niveles de la producción y al conjunto de los niveles de la estratificación de los poderes, incluidos los niveles más microscópicos."[3]

En los tiempos actuales, vivimos estas políticas de subjetivación arrasadoramente. Los que trabajamos en ámbitos por donde transitan las existencias (clínicos, educativos, jurídicos, sociales) podemos, sin registrarlo, ser proveedores de esa máquina de producir subjetividades anestesiadas, puestas a disposición de ser taladradas por aquellos modelos que requieren las políticas actuales para su funcionamiento.

El dispositivo de las políticas subjetivantes no es una elección (ni solo induce a la identificación), sino una imposición que se introduce como las partículas radioactivas: sin casi percibirlas.

En estos espacios de discusión y de diálogos es que podemos evaluar: ¿cómo estamos pensando? ¿Cómo hacemos lo que hacemos en nuestras prácticas? Quizás estas preguntas nos lleven a pensar la fragilidad de otra manera y no a tratar de convertirla aceleradamente en algo a transformar, en aquello negativo que habría que cambiar: "Es cuando te sentís frágil y cuando tus referencias no hacen sentido alguno que te ves forzado a crear. (…) Se trata de crear sentido para lo que ya está en tu cuerpo y que no coincide con las referencias existentes, de recrear tus relaciones (...) Esta fragilidad, que es tan importante política y éticamente, es la verdadera salud: hacerse cargo de esta fragilidad en vez de huir de ella.”[4]

Cuando recibimos demandas de atención, estamos arribando a varios mundos. Es diferente pensar que recibimos un paciente, ya sea una familia, una pareja, varios, uno…, que pensar en términos de una consulta como un precipitado desde un entramado multidimensional que se encarna, que aparece como un supuesto autor (o protagonista cuando son muchos los autores que escriben ese guión...): eso que se observa, devenido síntoma, que da cuenta de tantos trayectos superpuestos, enredados; ese cuerpo que son tantos cuerpos; síntomas sostenidos por dispositivos. Aquí, dispositivo es pensado no como encuadre o estrategia, sino como lo define Foucault: una madeja, “un conjunto multilineal. Está compuesto de líneas de diferente naturaleza y estas líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas (…) sino que siguen direcciones diferentes, forman procesos siempre en desequilibrio y esas líneas tanto se acercan unas a otras como se alejan unas de otras. (…) Desenmarañar las líneas de un dispositivo es en cada caso levantar un mapa, cartografiar, recorrer tierras desconocidas y eso es lo Foucault llama el “trabajo en el terreno”.[5]

Ese trabajo en el terreno es muy complejo y difícil para una tradición del pensar desde la psicopatología, desde la versión arqueológica de lo psíquico, desde el déficit, desde la enfermedad, desde el individuo y la identidad. Requerimos transitar y cartografiar en la incertidumbre. Pensar en la potencia de la que dan cuenta algunas conductas que, miradas aisladamente, solo llevan a diagnósticos de enfermedad. Transitar por escarpadas rutas emocionales, donde no funcionan el GPS, el Waze, o los manuales, con formato de teoría consensuada.

Salirnos de lo supuestamente esperable que pase en los consultorios, en las escuelas y en las familias requiere pensar lo otro del devenir. Lo subjetivante no pertenece a un sujeto o a un discurso, sino a lo rizomático de esas escenas entre otros, jugadas con otros.

Acerca de las condiciones de existencia contemporáneas hay innumerables escritos. Como dice Agamben,[6] es entre la claridad y la oscuridad que podemos decir algo de lo que sucede en nuestro tiempo.

Usualmente se utilizan términos como “desastre”, “caótico”, “líquido”, “vertiginoso” y “exceso” para pensar la actualidad. El desastre así pensado lleva a buscar soluciones, lo que justifica utilizar protocolos automatizados en lo social-jurídico (por ejemplo: cárcel para los adolescentes; en lo clínico, la hipermedicalización; en las escuelas el desgaste, la expulsión).

Pero el “desastre” se podría pensar también, como proponen algunos autores, desde su etimología. La palabra proviene del provenzal, compuesta del sufijo latino dis- (‘separación por múltiples vías’) y astro (‘estrella’): o sea, estar sin astros, sin estrellas que nos orienten. La contemporaneidad nos impone estar más en la intemperie, en condiciones que podríamos llamar frágiles: edificar en suelos movedizos.

Los aconteceres contemporáneos son incómodos. No tenemos muchas veces dónde apuntalar nuestra perplejidad. Es decir un estado de conmoción por la presentación de situaciones muy alejadas y ajenas a las más conocidas, tanto como fuente de sufrimiento, como condiciones de vida otras, inéditas. Las prácticas de la vida de las personas nos llevan a los profesionales a reformulaciones teóricas, a revisar prejuicios y en ocasiones nos percibimos muy alejados de la intensa y vertiginosa transformación que se está produciendo. Esto puede ser percibido como un desastre en términos de catástrofe, o bien como una nueva manera de transitar con incertidumbre. Implica que podamos usar la herencia recibida y también que podamos profanarla.

No se trata de hacer una apología de la fragilidad o del caos o de la locura, sino de posicionarnos de otra manera.

Derrida sostiene en “¿Cómo no temblar?”, una conferencia de 2004: Acabo de decir “¿cómo no temblar?” y después “no podemos no temblar”. Preciso: parece que fuera preciso temblar. Se debe en el doble sentido de la necesidad o de la obligación irresistible, pero hay que hacerlo, también, en el sentido del deber, del pudor, de la decencia y de la modestia, también del valor, incluso ahí donde se tiembla de miedo. El “hay que” del deber, el “hay que deber y temblar”: comprendo por ello que se debe aceptar la falla, el fracaso, el desfallecimiento, (…) la línea del terreno amenazado por el terremoto (…) dudar, tartamudear, hablar con voz entrecortada. Parece entonces que fuera preciso temblar, no escoger temblar, como por deber, sino ceder ante la necesidad del desfallecimiento, de la debilidad, abandonando toda complacencia o todo sentimiento ingenuo o inocente de tener una firme capacidad, o el dogmatismo de saber dónde se está parado (...) La experiencia del temblor es siempre (...) absolutamente expuesta, absolutamente vulnerable (...) ante un porvenir imprevisible."[7]

La inquietud hoy nos lleva en múltiples ocasiones a tratar de no temblar. La idea de cálculo de riesgo que impera, procede a encontrar rápidas supuestas soluciones a los conflictos que se presentan, siempre urgentes, planteados como inminentes. Nuevamente nos encontramos con la siguiente situación: si todo el tiempo hay que evitar el riesgo, ¿cómo plantear nuevos modos de hacer? “El primer intento es siempre volver a lo familiar, a las formas conocidas, a la alucinación del control (...) Otra cosa es el malestar y la fragilidad que es el estado de inestabilidad cuando la pulsación a la que nos lleva un nuevo problema vital convoca el deseo de actuar (...) haciendo lugar a la producción de diferencia.”[8]

Pienso que en la actualidad hay algunos intersticios en los cuales salir a la aventura, como dice Simmel (1988),[9] y no solo para sorprendernos, sino para inventar modos de existir y de hacer. Es en el momento del asombro y de la curiosidad, en medio de la experiencia, cuando podemos darle un envión a nuevos pensamientos.

En los diferentes equipos de trabajo, en las formaciones, se observa por momentos una profunda desesperanza, muchas veces referida a lo que se piensa como desmantelado. Y quizás sí, hay que transitar por ese suelo poco firme, lo que no significa necesariamente caerse. Si nos implicamos con esta fragilidad sin descartarla, es posible que nos permita enfocar de otras maneras lo que parece destituyente: "La oruga se destruye como tal para poder constituirse como mariposa. Y cuando ésta consigue romper la crisálida, la vemos aparecer, casi inmóvil, con las alas pegadas, incapaz de desplegarlas. Y cuando uno empieza a inquietarse por ella, a preguntarse si podrá abrir las alas, de pronto la mariposa alza el vuelo.”[10]

Referencias

  1. Entrevista a Suely Rolnik, publicada por el Centro de Estudios e Investigación de Medicina y Arte, Rosario, Argentina, 16 de septiembre de 2006, disponible en http://www.medicinayarte.com/pages/ver/rolnik_fragilidad_entrevista, consultado el 29 de marzo de 2020.
  2. Freud, Sigmund: "El malestar en la cultura", (1930 [1929]), en Obras Completas, Amorrortu Editores, Volumen XXI, Buenos Aires, 2006, p. 66.
  3. Suely Rolnik y Félix Guattari: Micropolítica. Cartografías del deseo, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aries, 2013.
  4. Entrevista a Suely Rolnik, op. cit.
  5. Gilles Deleuze: ¿Qué es un dispositivo? Michel Foucault, filósofo, Gedisa, Barcelona, 1990, pp. 155-163.
  6. Giorgio Agamben: Estado de excepción. Homo sacer, II, I, Adriana Hidalgo editora S.A., Buenos Aires, 2005.
  7. Derrida: “¿Cómo no temblar?”, conferencia pronunciada en Julio de 2004, traducción de Esther Cohen, publicada en Acta Poetica 30-2, otoño 2009, disponible en: http://www.medicinayarte.com/pages/ver/derrida_como_no_temblar, consultado el 29 de marzo de 2020.
  8. Verónica Gago: “Tener un cuerpo”, en Pagina|12, 21 de abril de 2017. Refiere conceptos vertidos por la psicoanalista brasileña Suely Rolnik, participante del “Coloquio Internacional Cerca de la revolución 1917-2017”, organizado por Unsam y Untref, Buenos Aires, 11 de abril de 2017, disponible en: https://www.pagina12.com.ar/32949-tener-un-cuerpo, consultado el 29 de marzo de 2020.
  9. Georg Simmel: Georg (1998) Sobre la aventura, Ediciones Península, Barcelona, 2002.
  10. Edgar Morín: Epistemología de la Complejidad, disponible en: https://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/electivas/102_infanto_juvenil/material/complejidad_morin.pdf, consultado el 29 de marzo de 2020.

 


Acerca de la autora:

Dra. Sonia Kleiman
Directora Especialidad
Familias con niños y adolescentes
Maestría Vínculos, familias, diversidad socio cultural
Instituto Universitario del Hospital Italiano
Coordinadora Equipo de familia. Salud Mental Pediátrica - Hospital Italiano
Coordinadora del Centro de Ciencias Sociales y Salud Departamento de Investigación IUHI
soniakleiman@gmail.com


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