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Aislamiento: Y somos vulnerables… - Comunidad Russell - Contenidos - servicios y educacion a distancia - cursos psicoanalisis
Textos de acceso libre
Aislamiento: Y somos vulnerables…
Lic. Liliana Denicola.

Buenos Aires, 5 de mayo de 2020.

Las líneas que siguen tendrán el valor de una crónica de sucesos de los cuales somos protagonistas. Un presente cuyo apres coup corresponde a una distancia temporal de solamente minutos y seremos nuevos Marco Polo de este viaje que no sabemos cuándo finalizará ni cuál es el puerto en que encallaremos.

En pocas horas nos fueron anunciando peligros y limitaciones hasta el tan resonante: ‘no salgan de las casas’ que evocaba aquella admonición materna: ‘no salgas a la calle’ para la infancia de una generación donde la calle era un lugar de encuentro, de libertad y felicidad. De tentación para escaparse.

Para los que nos criamos en un barrio, teníamos horas de encuentro y no sabíamos entonces de ‘chicos de la calle’. La calle era nuestra y era el testigo de nuestro crecimiento. Patines, bicicletas y noviecitos fueron transcurriendo soslayando la mirada de los padres y ‘la cuadra’ fue admitiendo ‘cuadras’ que señalaban áreas cada vez más amplias de libertad. Y el barrio se ensanchaba y el horizonte cambiaba. El futuro crecía junto a la conciencia de nuestro deseo.

Teníamos noticias de guerras localizadas y en esos días participábamos comprometidos, con toda nuestra juventud. Luego sobrevinieron episodios tenebrosos y, de tanto en tanto, despertares con creencias de plenitud.

Entonces, para algunos, la lectura de Freud. Una de las tantas novedades que nos trajo la lectura del texto freudiano era el apotegma que aún aquellos que creen alcanzar la felicidad, una y otra vez, se enfrentan a desgarramientos que dejan marcas en su psiquismo.

Entonces el hombre… y descubrimos que el hombre recurre a representaciones míticas religiosas que le dan la esperanza de que la Edad de oro existió alguna vez y que es posible recuperarla. Esta añoranza, aprendimos, puede dirigirlo a refugiarse en construcciones de fantasía, en creaciones de tono delirante o, en ocasiones ante la frustración, volcarse a actos destructivos, a reacciones propias de la infancia. Un ejemplo de ello lo hallamos en cómo el hombre procede con su hábitat, su casa, destruyéndola a mansalva, sostenido en la fantasía omnipotente de que todo se recrea, de que nada se pierde, fantasía de perennidad que funciona como lábil reaseguro a la creencia de inmortalidad.

Si la creación del psicoanálisis, su aparición en el pensamiento, alertó al hombre sobre su narcisismo, el psicoanálisis nuevamente debe (con voz potente) alertarlo de que su narcisismo lo conduce a un final como el de Narciso, donde se arriesga a perder su esencia.

Así como trata su hábitat podemos pensar que se trata a sí mismo. Si la violencia entre los hombres casi extermina la humanidad, el masoquismo, la necesidad de castigo, incrementada por la desaparición de ciertas representaciones o caminos sublimatorios de la culpa primordial, agudizará sin dudas, la violencia contra sí mismo.

Los logros de la ciencia prolongan la vida pero si no toman en cuenta el deseo propio del hombre producen, entonces, efectos contrarios a lo esperable. Lo esperable para la ciencia no siempre coincide con el respeto por el íntimo deseo de los seres humanos. Esto genera nuevos malestares pues el superhombre soñado se revela, al fin y al cabo, como un pobre hombre, escindido en su neurosis, ante la pérdida de un bien incalculable como lo es el de su deseo.

El yo ideal, estado al que aspiramos, sería la creencia (quizás un punto fundamental de lo que están compuesto los sistemas de creencias) que por momentos sostiene al infans ante la percepción de su vulnerabilidad y que consiste en creerse el centro del universo. Esta convicción será fundamental para la consecución de logros en la vida mientras sea originada y reforzada por las aspiraciones narcisistas de los padres.

Los momentos de esplendor en que el pequeño sujeto se experimenta como el Yo ideal, se hallan continuamente heridos por la experiencia de la vida. Sin embargo, podemos aceptar más fácilmente los dolores que provee el destino en los adultos pero al niño le reservamos, en nuestra fantasía, el privilegio de no tener sufrimientos. La crítica de los adultos, que puede transformarse en una hipercrítica, conduce al niño a construir la fantasía de un tiempo de bienaventuranza ideal, un tiempo perdido. Las huellas de esta creencia las encontramos en afirmaciones neuróticas que dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Idealización del pasado y rechazo de las posibilidades o imposibilidades presentes.

El enfrentamiento con circunstancias penosas de la vida, a veces con la dimensión de traumas como es el caso de una pandemia, o el solo hecho del anuncio de perder las condiciones de bienestar, produce profundas heridas al psiquismo difíciles de cicatrizar y así quedan las marcas de duelos interrumpidos o inacabables. Surge entonces, ante el desamparo, la vivencia de no ser querido por el Superyó representante de las imagos parentales.

Nuestro narcisismo sufre una profunda afrenta en circunstancias como las actuales donde la Peste, como sombra tenebrosa se extiende sobre la humanidad y la vivencia de muerte se torna muy cercana para todos. A la conciencia surge la certidumbre de nuestra finitud. Y como comprobación de un mal presagio, a la manera de la respuesta del oráculo a Edipo, ‘los adultos mayores’ como conjunto, serán irremediablemente los afectados.

Entonces, el pánico surge ante el anuncio del parricidio y en la orden de encierro en la casa, y en la endogamia que parece exigir, también resuena el incesto prohibido. La prohibición trae entonces un goce que nos condena. Un nuevo ‘corralito’ que arrastra consigo la locura. ¡Recordemos si no, lo que se desató con nuestro fatídico ‘corralito’!

Invitación al encierro que bajo la apariencia de cuidados nos condena a la culpa trágica, la que genera héroes (aquellos que se hallan en la trinchera luchando contra el mal invisible) y cuyo final, como humanos que son, finaliza en una muerte anticipada. Aclaro que por el momento la cuarentena es lo único que poseemos como recurso pero que será necesario e ineludible reflexionar sobre el impacto psíquico que produce el confinamiento y la carga emocional que conlleva. Este es un aislamiento impuesto que las modernas redes buscan subsanar. Nos quedan voces e imágenes sin la densidad que el cuerpo otorga. Voces, la voz que nos enfrenta por momentos a un real tenebroso. Y como nunca el contacto, la piel del otro se nos hace nostalgia.

Freud daba como indicador de mejoría en Elizabeth von R. la superación del aislamiento. Dice Freud acerca de Elizabeth von R: “El vacío que la muerte del padre dejó en esta familia compuesta por cuatro mujeres; el aislamiento social, el cese de tantas relaciones que prometían incitación y goce; la salud ahora más quebrantada de la madre: todo ello empañó el talante de nuestra paciente, pero al mismo tiempo movió en ella el ardiente deseo de que los suyos pronto hallaran un sustituto de la dicha perdida, y le hizo concentrar todo su apego y desvelos en la madre supérstite.”[1]

En “Introducción del Narcisismo” afirma: “Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que comenzar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar. Algo parecido a la psicogénesis de la creación del mundo, según la imaginó Heine:

«Enfermo estaba; y ese fue
de la creación el motivo:
creando convalecí,
y en ese esfuerzo sané»”.[2]

El aislamiento, signo de morbilidad, a veces es recomendado; en otras ocasiones, tanto que se lo piensa como espacio posible de sublimes creaciones. De esta manera califica Jones de “esplendido aislamiento”[3] el periodo en que Freud, separado de Breuer y aún sin discípulos, estaba aislado en la creación. A la idealización de Jones, Freud responde “Cuando a mí en la contienda amenazaba acabárseme el aliento, rogué al ángel que soltara, y es lo que desde entonces él ha hecho. Pero yo no he sido el más fuerte, aunque desde entonces visiblemente cojeo.”[4] Se refiere a un episodio del Génesis[5] del combate nocturno de Jacob con el ángel. Al ver que no vencerá al hombre, el ángel lo hiere en la articulación del fémur y lo deja cojo. Elizabeth Roudinesco aclara que Freud se refiere a un episodio del Génesis que describe el combate nocturno de Jacob con el ángel. Jacob -el hijo de Isaac y nieto de Abraham- lucha solo durante la noche hasta la llegada del alba con un adversario misterioso: no conoce su sexo pero, además, no sabe que es. Finalmente, lo vence pero queda herido de por vida. Este tercer patriarca representa la idea de que la mayor victoria que obtiene el hombre es sobre sí mismo, sobre su arrogancia y sobre su voluntad de poder.[6]

No es, entonces, que el aislamiento genera creadores sino que los creadores en el aislamiento pueden reencontrar sus impulsos sublimatorios condiciones, aclaremos, reservada para unos pocos. Sin embargo, aún tan vulnerable y enfrentado al comienzo al duelo por lo perdido, confío en que el hombre en este duelo contra un enemigo desconocido pueda conservar su esencia.

Referencias

  1. Josef Breuer y Sigmund Freud: "Estudios sobre la histeria. II. Historiales clínicos. 5. Señorita Elisabeth von R." (1893-1895), en Obras Completas, Volumen II, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1992, p. 156.
  2. Sigmund Freud: "Introducción del narcisismo" (1914), en Obras Completas, Volumen XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986, p. 82.
  3. La frase “Esplendido aislamiento” (splendid isolation) que utiliza Jones se refiere a la política exterior que instrumentaba el Imperio Británico a finales del siglo XIX. El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda debía evitar el establecimiento de alianzas permanentes con ningún país para la defensa de sus intereses. La política de Inglaterra se basaba en la seguridad garantizada por el mar que baña sus costas. En el momento en que Blériot sobrevoló el canal en aeroplano se quebró dicho aislamiento protector y esa noche, en que en tiempos de paz y con fines de ejercitación un Zeppelin alemán voló en círculo sobre Londres, la guerra contra Alemania fue asunto decidido. Tampoco puede olvidarse la amenaza del submarino.
  4. Sigmund Freud: “244”, en Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1994, pp. 451-452.
  5. Génesis, en Biblia de Jerusalén, Editorial Española Desclee de Brouwer, España, 1979, p. 5.
  6. Élisabeth Roudinesco desarrolla esta idea en el Capítulo 3, “Tierra prometida, Tierra conquistada”, en A vueltas con la cuestión judía, Editorial Anagrama, Barcelona, 2011.

 

 


Acerca de la autora:

Lic. Liliana Denicola.
Licenciada en Psicología.
Psicoanalista.
Miembro Titular en función didáctica Asociación Psicoanalítica Argentina.
Miembro de la Federación Psicoanalítica de América Latina. (FEPAL)
Member of the International Psychoanalytical Association (IPA)
Profesora del Instituto de Psicoanálisis Ángel Garma (APA).
Práctica privada y hospitalaria.
Coordinadora de grupos de investigación.
Cofundadora y coeditora de la publicación psicoanalítica La Peste de Tebas.
Autora de publicaciones para Congresos nacionales e internacionales.


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